Tras un día dedicado a la contemplación de las manchas de la moqueta y los agujeros de las cortinas de mi habitación, el lunes decidí arriesgarme a salir a la calle y darle una nueva oportunidad a Maastricht.
Afortunadamente, la cura de sueño había hecho su efecto y comencé a ver la ciudad con otros ojos; incluso, me atrevería a decir, con una actitud optimista. Aunque aún era pronto para admitirlo, Maastricht empezaba a parecerse a alguna de esas ciudades de cuento, como Praga o Salzburgo; de esas a las que espero volver.
Fue entonces cuando aprendí una de las cuestiones fundamentales para cualquier extranjero en Holanda: ¡cuidado con las bicis!
No tienen motor, la mayoría piden a gritos una mano de pintura y, a primera vista, no dan muestras de ser un peligro para nadie. Pero atente a las consecuencias si osas introducir un pie en uno de esos carriles estrechos que en este país parecen una prolongación constante de la calzada. El carril bici es territorio enemigo para los viandantes, que deben estar preparados para salir corriendo en cuanto un inocente "ring, ring" suena cerca.
En este sentido, Maastricht ha cumplido con mis expectativas desde el primer día. Pese a ser el culo de Holanda, y tener más en común (idioma incluido) con Alemania e incluso Bélgica, esta ciudad es un hervidero de ciclistas. Y aunque aún no he comprado mi bici de segunda mano (opción habitual y recomendable ante la frecuente "pérdida" de bicicletas en la calle), esta fue la primera foto que hice en Maastricht.
No hay comentarios:
Publicar un comentario