Una de las cosas fundamentales de la experiencia Erasmus es conocer gente. Sin embargo, si te paras a pensarlo, a menudo parece que estuvieras en un concurso de citas rápidas, ese "speed dating" tan trillado en las películas americanas
El estudiante Erasmus cuenta con poco más de 3 minutos para conocer a una persona, el tiempo hasta que otra persona, quizá otro estudiante Erasmus, se acerca y capta la atención de uno de los dos, dando por finalizada la primera conversación
En estos minutos, el estudiante Erasmus puede alcanzar a conoce los datos básicos de su contertulio a través de las dos preguntas básicas en este "speed dating": de dónde eres y qué estudias. Si el universo se muestra favorable, es posible que el nombre también salga a la luz.
Desde luego que esto tiene sus ventajas. A esta velocidad, un par de semanas son suficientes para conocer al 60% de la población estudiantil de Maastricht. Pero a veces una conversación se torna interesante, y descubres a una persona agradable e interesantes... a la que es posible que no vuelvas a ver.
De este modo, un día, durante la clausura de las jornadas de introducción a la universidad, acabas, sin saber como, discutiendo sobre política española, italiana y holandesa con un italiano que estuvo de Erasmus en Oviedo y habla español perfectamente, un mexicano medio holandés y una holandesa que habla español con acento mexicano.
Otro día, Eriko Ito (o Ito Eriko) te llama Paula San y te enseña a decir "vámonos de fiesta en japonés".
En uno de esas reuniones de antes de dormir, Lucas, un alemán, te demuestra su conocimiento del español contándote un chiste que en cualquier otra circunstancia no te haría gracia, pero que contado por un alemán tiene su aquel. "¿Que hace una ratita en un banco? Esperar un ratito" (leer con acento alemán).
Paulina, la chica polaca que no soporta la impuntualidad española, te intenta enseñar a decir buenas noches en su idioma, y te das cuenta de que el ahorro de tiempo y energía no es una característica del polaco.
Te encuentras a tu vecino saudita de nombre magnánimo, Sultan, y lo mismo te invita a un té en la cocina que a una fiesta para celebrar el final del Ramadán, donde se visten túnicas y se bailan ritmos árabes (sólo los hombres, pues las mujeres árabes no son bien recibidas).
También conoces al amigo de Sultan, Freddy, también saudita, con un esguince de tobillo (que no le impide bailar los ritmos árabes antes mencionados) y una predisposición especial hacia los españoles y en especial las españolas.
¡Ah! No nos olvidemos de Anca, la chica rumana marisabidilla del final del pasillo, que habla español con acento mexicano porque aprendió viendo telenovelas.
Y hablando de gente con una inteligencia desmesurada, también está Taissia, que con 18 años trabaja para Mercedes y da clases en la universidad. Por no mencionar que sabe hablar 5 ó 6 idiomas y acaba de comenzar las clases con Eriko para aprender uno más.
Afortundamente, algunos de ellos se convierten en parte habitual de la estancia en Maastricht. Es probable que a otros los vuelvas a ver, en un bar, de compras, por la facultad. Pero, en general, sabes que ya has cumplido con el acuerdo tácito, esos 3 minutos de rigor, y de ahora en adelante tendrás que conformarte con un hola.
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