miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cosas que te pueden pasar si estás de Erasmus en Maastricht, como entrar en un maratón de "speed dating" sin darte cuenta

Una de las cosas fundamentales de la experiencia Erasmus es conocer gente. Sin embargo, si te paras a pensarlo, a menudo parece que estuvieras en un concurso de citas rápidas, ese "speed dating" tan trillado en  las películas americanas
El estudiante Erasmus cuenta con poco más de 3 minutos para conocer a una persona, el tiempo hasta que otra persona, quizá otro estudiante Erasmus, se acerca y capta la atención de uno de los dos, dando por finalizada la primera conversación
En estos minutos, el estudiante Erasmus puede alcanzar a conoce los datos básicos de su contertulio a través de las dos preguntas básicas en este "speed dating": de dónde eres y qué estudias. Si el universo se muestra favorable, es posible que el nombre también salga a la luz.
Desde luego que esto tiene sus ventajas. A esta velocidad, un par de semanas son suficientes para conocer al 60% de la población estudiantil de Maastricht. Pero a veces una conversación se torna interesante, y descubres a una persona agradable e interesantes... a la que es posible que no vuelvas a ver.
De este modo, un día, durante la clausura de las jornadas de introducción a la universidad, acabas, sin saber como, discutiendo sobre política española, italiana y holandesa con un italiano que estuvo de Erasmus en Oviedo y habla español perfectamente, un mexicano medio holandés y una holandesa que habla español con acento mexicano.
Otro día, Eriko Ito (o Ito Eriko) te llama Paula San y te enseña a decir "vámonos de fiesta en japonés".
En uno de esas reuniones de antes de dormir, Lucas, un alemán, te demuestra su conocimiento del español contándote un chiste que en cualquier otra circunstancia no te haría gracia, pero que contado por un alemán tiene su aquel. "¿Que hace una ratita en un banco? Esperar un ratito" (leer con acento alemán).
Paulina, la chica polaca que no soporta la impuntualidad española, te intenta enseñar a decir buenas noches en su idioma, y te das cuenta de que el ahorro de tiempo y energía no es una característica del polaco.
Te encuentras a tu vecino saudita de nombre magnánimo, Sultan, y lo mismo te invita a un té en la cocina que a una fiesta para celebrar el final del Ramadán, donde se visten túnicas y se bailan ritmos árabes (sólo los hombres, pues las mujeres árabes no son bien recibidas).
También conoces al amigo de Sultan, Freddy, también saudita, con un esguince de tobillo (que no le impide bailar los ritmos árabes antes mencionados) y una predisposición especial hacia los españoles y en especial las españolas.
¡Ah! No nos olvidemos de Anca, la chica rumana marisabidilla del final del pasillo, que habla español con acento mexicano porque aprendió viendo telenovelas.
Y hablando de gente con una inteligencia desmesurada, también está Taissia, que con 18 años trabaja para Mercedes y da clases en la universidad. Por no mencionar que sabe hablar 5 ó 6 idiomas y acaba de comenzar las clases con Eriko para aprender uno más.
Afortundamente, algunos de ellos se convierten en parte habitual de la estancia en Maastricht. Es probable que a otros los vuelvas a ver, en un bar, de compras, por la facultad. Pero, en general, sabes que ya has cumplido con el acuerdo tácito, esos 3 minutos de rigor, y de ahora en adelante tendrás que conformarte con un hola.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cosas que te pueden pasar si estás de Erasmus en Maastricht, como ser atropellada por una bici

Tras un día dedicado a la contemplación de las manchas de la moqueta y los agujeros de las cortinas de mi habitación, el lunes decidí arriesgarme a salir a la calle y darle una nueva oportunidad a Maastricht.
Afortunadamente, la cura de sueño había hecho su efecto y comencé a ver la ciudad con otros ojos; incluso, me atrevería a decir, con una actitud optimista. Aunque aún era pronto para admitirlo, Maastricht empezaba a parecerse a alguna de esas ciudades de cuento, como Praga o Salzburgo; de esas a las que espero volver. 
Fue entonces cuando aprendí una de las cuestiones fundamentales para cualquier extranjero en Holanda: ¡cuidado con las bicis!
No tienen motor, la mayoría piden a gritos una mano de pintura y, a primera vista, no dan muestras de ser un peligro para nadie. Pero atente a las consecuencias si osas introducir un pie en uno de esos carriles estrechos que en este país parecen una prolongación constante de la calzada. El carril bici es territorio enemigo para los viandantes, que deben estar preparados para salir corriendo en cuanto un inocente "ring, ring" suena cerca. 
En este sentido, Maastricht ha cumplido con mis expectativas desde el primer día. Pese a ser el culo de Holanda, y tener más en común (idioma incluido) con Alemania e incluso Bélgica, esta ciudad es un hervidero de ciclistas. Y aunque aún no he comprado mi bici de segunda mano (opción habitual y recomendable ante la frecuente "pérdida" de bicicletas en la calle), esta fue la primera foto que hice en Maastricht. 

Overbooking de bicicletas a la entrada de la estación


sábado, 4 de septiembre de 2010

MaastriJJJJJ, con jota de puaJJJ

Mahtrih. Mastrich. Mastrik...
"¿Qué hago en un un ciudad cuyo nombre ni siquiera soy capaz de pronunciar?"
Sólo me hizo falta salir del aeropuerto y mirar hacia arriba para saber que me había equivocado de sitio. Un 29 de agosto, el cielo de Maastricht se reía de mí con su color indefinido y sus nubes grises. 
36 euros de taxi más tarde, mis maletas y yo llegamos a un edificio poco hospitalario. Y una vez dentro, la por todos conocida amabilidad holandesa brilló por su ausencia. Definitivamente, Maastricht está demasiado cerca de Alemania. 
Con mi llave al fin en la mano, traté de recordar las instrucciones de la amable recepcionista para no tener que volver a preguntarle. Supe que me había equivocado de camino cuando empecé a leer "Osteopathie" y "Podologie" en los carteles que iba dejando atrás. 
Sin embargo, cuando al fin encontré el ascensor que me llevaría a la segunda planta, no pude dejar de fijarme en el cartel que se encontraba justo al lado. "Cardiopathie". Ya no cabía duda. Y yo pensaba que este sitio no era hospitalario. ¿Qué puede haber más hospitalario que un hospital? (Esta cuestión, además de dar un poco de yuyu, resulta bastante irónica dada mi naturaleza hipocondríaca). 
Respirando hondo, entré en mi habitación. Y sí, casi podían verse las marcas de los goteros en la moqueta a los lados de la cama. Por no mencionar el botón, quiero pensar que inactivo, para llamar a la enfermera, con un explicativo dibujo de algo parecido a una monja.
Recién llegada, con sábanas blancas de hospital en la que sería mi cama, no pude evitar preguntarme: "¿quién habrá dormido aquí antes que yo?".
Decidí dejar las cavilaciones para más tarde y salir a comprar provisiones para pasar el día. 
¡Sorpresa! Era domingo, y el único lugar para comprar comida era un pequeño supermercado en la estación de tren. Como no tenía otra opción, y en cualquier caso, no me vendría mal coger un poco de aire antes de encerrarme durante el resto del día en la habitación, le pagué 3,10€ al autobusero y recé para que me llevara a donde quería ir. 
De lo que compré en el supermercado de la estación no probé nada en todo el día, pues el estómago se me había cerrado al bajar del avión y aún tardaría en volver a abrirse. 
El resto del día lo pasé, como había previsto, en la habitación. Deshice las maletas, tomándome mi tiempo, y me tumbé en la cama con el ordenador, agradecida por contar al menos con la compañía de Tuenti. 
Había comenzado mi Erasmus en Maastricht. Afortunadamente, luego mejora.