miércoles, 16 de febrero de 2011

That's all, folks

Hace 2 días llegó la caja con los restos de mi estancia en Maastricht; las últimas piezas de mi experiencia Erasmus.
Creo que, una semana y media después de volver, ya es hora de dar por terminada esa etapa y aceptar que, para bien o para mal, eso ha sido todo.
Antes de decidir (¡y pensar lo que me costó decidirme!) que quería aventurarme a vivir la experiencia Erasmus sabiendo con certeza que no tenía en absoluto perfil Erasmus, no tenía duda de que la vuelta, marcharme de allí, sería puro trámite. Poco caso le hice a quienes me advertían de que para lo que había que estar preparado no era para ir, sino para volver. Estaba convencida de que el trauma post-Erasmus era un mito, y que a mí, que iba con la cabeza fría y los pies en la tierra, no me afectaría.
Pero al final, resulta que los vínculos son más fuertes cuando se establecen en condiciones extremas, y que cinco meses pueden parecer toda una vida. Queda claro que puedes encontrar amigos, casi familia, donde nunca imaginabas, y que cuando te marchas se queda allí un pedacito de ti que, desafortunadamente, no recuperarás.
Porque lo que hace aún más especial la experiencia vivida es saber que, por mucho que quieras, nunca se volverá a repetir. Por supuesto que intentarás volver al lugar donde has sido feliz (aun a riesgo de contradecir a Sabina), y ver a aquellos que más significaron para ti. Desde luego que esperas que al menos algunas de las relaciones que surgieron duren para siempre. 
Pero la realidad es que nunca volverás al mismo sitio y con la misma gente. Nunca volverás al mismo pasillo de la planta primera del edificio M en Teikyo, Maastricht. 
Desde luego que habrá nuevas experiencias, también especiales. Pero jamás la misma. Son cosas que pasan una vez en la vida y que, precisamente por eso, se recuerdan a la vez con pena y alegría. Con pena por saber que se acabó, y con alegría, con gratitud, por haber tenido la oportunidad de estar allí para vivirlo.  
Echaré de menos muchas cosas, desde ser despertada a las 6 de la mañana por un par de borrachos a los que se les perdona todo, hasta hacer terapia de grupo después de clases deprimentes en diferentes sentidos. Desde alimentarme gracias a frigoríficos ajenos hasta los inconfundibles pasos de Anca por el pasillo justo antes de llegar a mi puerta e intentar derribarla.
Pero lo echaré de menos con ese sentimiento agridulce del que hablaba antes. Todos esos recuerdos quedan conmigo, y (espero) con quiénes los he compartido; y de alguna manera, forman parte de este nuevo yo, la versión post-Erasmus de mí misma... que con el tiempo se verá si es una versión mejorada o empeorada.

Sólo me queda señalar que, en cualquier caso, este blog ha cumplido con su cometido y, al final, he sobrevivido a Maastricht. No es el tipo de supervivencia al que me refería cuando escribí esa frase por primera vez, pero es supervivencia al fin y al cabo. Hasta más ver.

viernes, 21 de enero de 2011

Paréntesis

Hoy ha salido el sol en Maastricht. 
Y parece que le ha vuelto la vida a la ciudad.
Para celebrarlo, he decidido dar un paseo sin rumbo fijo, cámara en mano, buscando aquel lugar en el que el cielo se ve más bonito. 


Mirando al horizonte y persiguiendo el naranja. Girando 180º para acercarme al rosa. Hasta que el azul ha empezado a parecer un extraño en la gama cromática celestial. 














Es una pena que, por eso de que estoy en los Países Bajos, sea prácticamente imposible encontrar una colina desde donde retratar el perfil de la ciudad en el cielo de colores. 

Aún así, vagabundear me ha llevado a sitios desconocidos sin abandonar los alrededores de Teikyo. 
Y para terminar, el anochecer desde la segunda planta. Con el faro de Maastricht de fondo. 


jueves, 13 de enero de 2011

Vuelvo a Maastricht... pero por poco

Citando a Sabina, los días pasan como hojas de libros sin leer. 
No me puedo creer que ya haya pasado una semana desde que llegué de nuevo, y que sólo queden tres más para irme definitivamente (salvo alguna escapada planeada que, espero, llegue a realizarse). 
Y pensar en lo desesperada que estuve por salir de aquí antes de Navidad... Creo que Laura y yo no olvidaremos nunca ese 15 de diciembre, a las 8 de la mañana, deseando volver a casa y esperando a un taxi (ilegal, todo sea dicho) que no llegaba nunca. Y que, de hecho, nunca llegó. 
Después de 45 minutes esperando inmóviles frente a la rotonda, con copos de nieve cada vez más grande redefiniendo el color de nuestros abrigos, el taxi (legal) que habíamos llamado como segunda opción apareció por fin. Laura, con las lágrimas de desesperación todavía bajándole por las mejillas, le colgó el móvil al otro taxi, que llamaba una vez que nosotras estábamos ya, gracias a Dios, de camino al aeropuerto. Que vale que fuera ilegal, pero hay unos límites.  
El taxista legal se apiadó de nosotras cuando Laura, aún entre sollozos, le suplicó que fuera "as fast as you can", y al final llegamos con tiempo de sobra para comprar algo de comer antes de subir al avión. 
La sensación de alivio (paradójica cuando uno vuela con Ryanair) al vernos por fin colocadas en los asientos bien mereció los más de 30 euros que nos costó llegar; y hasta 50 si hubiera hecho falta. 
E incluso con la gotera del aire acondicionado, situada justo encima del brazo de Laura (y que para ser sincera, al principio me inquietó un poco), al final conseguimos llegar a casa por Navidad.
Y aunque al final todo salió bien, parece que el aeropuerto de Maastricht y yo no nos llevamos demasiado bien, y mi pobre hermana estuvo también a punto de pagar las consecuencias. Pero eso ya lo contaré otro día.