Gracias a Dios, el hielo que queda tras la nieve ya se va derritiendo (no sin antes darme tiempo a hacer el ridículo un par de veces dando con el culo en el suelo).
Pero en las últimas semanas, Maastricht ha estado cubierta por un manto blanco y las temperaturas no han subido de los 0º. Durante ese tiempo me encerré en la habitación y solo salía para lo forzosamente obligatorio: ir a clases y a por provisiones. Aún así, y pese a la bufanda-abrigo y el abrigo-manta que llevo como segunda piel, cogí frío y mi garganta se hinchó, dándome la excusa perfecta para ir por primera vez al médico en Holanda.
Así se abriga uno en Holanda
Por sí no había quedado claro, vivo en un hospital. Literalmente.
Así que para ir al médico ni siquiera tuve que ponerme el abrigo. Bastó con bajar en el ascensor hasta el sótano y buscar en el laberinto inexplorado de pasillos una señal que pudiera significar "médico de familia".
Debo decir que, para una hipocondríaca adicta a las visitas al médico como yo, la experiencia fue tan increíble que estoy pensando en alquilar una habitación en el Gregorio Marañón para el año que viene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario